Pero Manolo tiene una rutina: por la mañana va a un bar restaurante donde ayuda a sacar y colocar las mesas y sillas de la terraza y es recompensado con un café con leche y algo de comer, no se si le darán alguna moneda. Luego Manolo se dirige a la tapia de la biblioteca y en ese momento empiezan a aparecer gatos que ronronean agradecidos, ya que nuestro vagabundo les pone comida y agua en unos recipientes que tiene escondidos, los vecinos lo sabemos, y muchas veces le damos alguna moneda para que les compre comida a lo que él responde con una sonrisa agradecida.
Un año Manolo desapareció, nadie sabía donde estaba y todos temíamos lo peor ya que coincidió con la presencia en la zona de otros vagabundos que no eran precisamente amistosos. El caso es que al cabo de unos meses volvió a aparecer bastante más pulido, pero a los pocos días volvió a recobrar su aspecto habitual y a seguir con su rutina. Por lo visto, esos meses, fuer recogido por una señora que le vistió, le lavó e incluso le proporcionó un trabajo en un hotel, pero por lo visto esa no era la idea de vida que quería Manolo.
Hoy lo he vuelto a ver poniendo comida a los gatos del barrio que ronroneaban felices.
Muy bonito, me ha gustado.
ResponderEliminarMuy entretenido tu blog.
ResponderEliminarNo siempre hacen falta cosas materiales para saber apreciar la vida : )
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