viernes, 18 de agosto de 2017

AQUELLOS DOMINGOS 70´s

Lo se, últimamente estoy muy "Cuéntame", pero no puedo evitarlo. Hoy me ha venido a la cabeza como eran mis domingos de la infancia, hablamos de finales de los 70, principios de los 80, ya sabéis mundial 82, naranjito, etc.

El domingo era el mejor día de la semana, comenzaba con un billete de 100 pesetas que me daba mi padre para que fuera a comprar churros al mercado municipal. El trayecto era muy corto y en un momento estaba de vuelta, para sentarme con mis progenitores en la mesa de la cocina para mojar los churros en el chocolate. Luego venía el momento de ponerse la ropa de domingo, lo que era a veces un poco incómodo, porque, sobre todo en invierno, los pantalones picaban, los zapatos apretaban.... Y ya salíamos de casa para ir a misa, normalmente a los Misioneros o a los Escolapios. Era algo tan habitual que no os puedo decir si era aburrido o no, simplemente ibas y ya está, comulgabas, cantabas y para casa.

Nooo para casa no, porque antes pasabas por dos sitios dando un poco de paseo. Uno la librería Santamaría, donde mi padre compraba el periódico, Heraldo de Aragón, y yo algún tebeo, que casi siempre era el Pumby, que venía con cosas para montar, o algún Joyas Literarias Juveniles o Corsario de Hierro. El Joyas Literarias me aficionó a la lectura de autores clásicos como Julio Verne, Karl May, Alejandro Dumás.... costaban 25 pesetas , por lo que sobraba dinero para las chuches que había comprado el sábado o compraría el domingo. La librería Santamaría era un paraíso, su olor, sus libros bien ordenados, la atención de las señoras que la regentaban, su profesionalidad y su cariño. Cuando se jubilaron me invitaron a una venta que hacían de cosas que quedaron en la librería y fue un momento apasionante.

Luego llegábamos a la Pastelería Güerri, que aún existe, gracias a Dios. Para comprar el merengue de rigor de mi padre y otros pasteles para nosotros, mi favorito, el de trufa y chocolate.

A veces hacíamos el vermout en el Bar Alfredo, toda una institución, pequeñito, pero muy bien atendido por Alfredo, impecable siempre con su camisa blanca. Allí había estas tapas: pérdiz, huevos rellenos, sesos y rabas de calamar, las tres primeras eran una especie de croquetas, buenísimas todas. yo me tomaba para beber un zumo de uva (entonces no se le llamaba mosto), mi padre un bitter y mi madre una coca cola.

Una vez en casa, mi padre y yo leíamos la prensa (yo el tebeo) mientras mi madre preparaba alguna de sus exquisitas comidas de la época. Luego poníamos la mesa y a comer. Entonces los domingos había dibujos animados después del telediario y luego película. Y ya venía la tranquilidad después del frenesí mañanero, donde mi padre veía la tele o leía y mi madre cosía y veía la tele. Yo, mientras tanto recreaba el joyas literarias con los clicks de famóbil (aún no eran playmobil) jugando tranquilamente hasta la hora de merendar.


miércoles, 16 de agosto de 2017

TECNOLOGIA

Hace poco me contaba un amigo que, su jefe, con un iphone 7 de 256 gigas, vamos, más de mil euros de móvil, le mandaba a él las fotos por wassap, a un modesto bq de poco más de 100 euros, para que las mandara al correo de la empresa ya que el señor no sabía mandar correos mediante su súper terminal.

En la tienda de telefonía todos los días aparece gente que no se acuerda de su contraseña, que no sabe usar el correo, y algunos, escásamente hacer y realizar llamadas. Uno pensaría, bueno, pues con un teléfono de teclas normales ya sería suficiente, el usuario lo sabría manejar y se acabó el problema.

Pues no, yo diría que más de la mitad de personas que compran un móvil de gama alta solo lo hacen para ponerlo encima de la barra del bar cuando van a tomar una caña o ponerlo encima de la mesa de reuniones para que todo el mundo vea su poder adquisitivo, o el que pretenden aparentar. Vamos el juego de siempre "a ver quien la tiene más larga".

Una de las consecuencias de todo esto es volver loco perdido a familiares, allegados o empleados que el usuario tiene a mano. "Explícame", "esto no lo entiendo" o el más socorrido "este teléfono no me va bien" que es la frase que más repiten en la tienda, cuando es todo lo contrario y el teléfono va perfectamente.

Una de las consecuencias de este desconocimiento de los terminales viene cuando aparecen braceando con la factura en la mano diciendo, "la compañía me ha engañado", "esto no es lo que me dijiste", y entonces comprobamos que la facturación abultada se debe a servicios premium,  números telefónicos de pago que, mayoritariamente corresponden a consultas de videntes de las señoras o a contenido pornográfico de los señores, aunque a veces se dan casos curiosos. La típica respuesta es "yo no he marcado ese número", la respuesta, "ya". Las caras pasan por todos los tonos de rojo y el usuario se suele marchar avergonzado, recogiendo el teléfono y con la cabeza gacha.

lunes, 14 de agosto de 2017

AQUELLAS TIENDAS DE CHUCHES

Comprando gominolas hace unos días para mis mellizos (y para mi) en una moderna tienda de chuches con sus dispensadores, sus pinzas y palitas para no cogerlas con la mano, limpieza inmaculada, iluminación en blanco.. recordaba donde iba yo con la propina de los domingos a comprar gominolas, entre los 7 y once años.

Poco tenían que ver con lo que hay ahora. Su tamaño era pequeñito y sus dueños, legendarios.

En Barbastro estaba la tienda de la Señora Filo, en la calle Monzón, ahora Joaquín Costa. En esa tienda podías encontrar de todo, desde las cocacolas marrones y verdes, ositos de regaliz, hasta los helados de Avidesa. 25 pesetas  o 50 daban para mucho y la Señora Filo las hacía cundir, vaya que si. Luego esta tienda pasó, creo que era su nieto, a Javi, que hizo tan buena labor como su abuela, manteniendo vivo el espíritu del lugar.

En la calle Monzón, permitidme que siga escogiendo el nombre de la época, había también una tienda de ultramarinos, en la que había una especie de casillas de madera con caramelos, que su dueña, Ascensión, te ponía en un cucurucho de papel. Mis preferidos eran los "limonetes y naranjetas".

En Lanaja, el pueblo de mi padre, estaba casa Meterio (Emeterio), era la casa del susodicho donde había un armarito de madera donde estaban sus chuches. Especialista en sidral granulado, si señor, y otros clásicos de la época. Allí iba yo con mi amiga Angelita y luego, más tarde, con mis primas a proveernos de género del bueno.

Entonces no se vendía a peso, sino por unidades, y tu ibas cogiendo cosas, mientras el tendero o tendera iba contando, tú nervioso, porque apurabas hasta el final tu propina, para salir con una cara de satisfacción infinita hacia tu casa o a la calle con los amigos.

Ninguna de estas tiendas existe ahora. Ahora me he enterado por una amiga que otra, pero que ya vendía a peso, llamada Lamines, está cerrada y que de las más viejas sólo queda Caprichos en la Calle Mayor, pero ya con un concepto diferente, como las que han abierto nuevas.

Da un poco de pena como todos estos negocios han ido despareciendo, como la sociedad nos conduce hacia un mundo aséptico y uniforme, donde podemos comprar las chuches perfectamente envasadas en un moderno supermercado, junto con la compra semanal, o a peso, en las tiendas que hay ahora. Me da un poco de pena que mis hijos se pierdan todo esto que viví yo, pero supongo que cada generación pierde en algunos aspectos y gana en otros.

viernes, 11 de agosto de 2017

RETRATOS PLAYEROS 2

Y volvemos con fotografías escritas de la costa, de esos jubilados que en sus carritos llevan a la playa media casa y de esos hinchables gigantes en forma de flamenco o unicornio que hacen que el trayecto hasta llegar a la arena parezca el desfile de Acción de Gracias y una vez en el agua resultan ridículos salvo que sean niños los que se suben encima.

El verano comenzó con la zona de la Noche de San Juan, en la playa, que acabó de mala manera tras tirar Nil un cubo de agua por encima de mi cuñada, que tropezó cayendo patas arriba mientras lo perseguía con el consiguiente enfado y cara y gestos de arrepentimiento del pequeño (no se si sinceros).

Las visitas posteriores a la playa han sido más tranquilas, sobre todo porque se estropearon sus pistolas de agua, lo cual nos ha evitado problemas con otros turistas. Curiósamente, a sus cuatro años, hay momentos que los pasan tumbados en la orilla mirando al mar con tranquilidad y relajación, aunque les ha dado por el rollo minero y entran en frenesí mientras excavan para hacer agujeros bien profundos, donde echar agua, y luego sus juguetes para enterrarlos en arena, por lo que ya veis a su padre, un servidor, haciendo luego de arqueólogo para rescatar todo lo que pueda.

Siguen esos "mentideros", o grupos de veraneantes de cierta edad, reunidos todos juntos, donde, si uno pone la oreja, se puede enterar de las noticias del pueblo y de los ecos de sociedad . Pocas alegrías se cuentan en estos grupos y casi todo son desgracias y enfermedades cuando entran en el terreno personal de cada tertuliano /a.

También continúan los aburridos de playa que deambulan por la ciudad aburridos, intentando que les des conversación sin ser conscientes que tú estas trabajando. el aire acondicionado en oficinas o tiendas actúa de elemento atrayente, como las polillas a la luz. O lo que es peor aquellos que te hacen perder una mañana o una tarde enseñándoles pisos cuando no tienen la menor intención de comprarlos, si no solo pasar el rato.

Ya se acerca la mitad de agosto, pero aún nos quedan muchas batallas por librar hasta que se acabe el verano.